Por Rosanny Romilis Jiménez
Les quiero contar una historia. No es una novela. No es una historia de fábula. No la encontrarás en un libro de un escritor de renombre. Es mi historia de vida. De qué está llena la maleta de Rosanny. Amanezco en el batey Pepillo, tierra montañosa, alta, de dos barrancones, calles polvorientas y llenas de piedras, rodeadas de caña, un río bajando la loma Arroyo y Laguna… es la tierra que me vio nacer.
No puedo dejar de recordar cómo se veía la sombra del motor «Saramago». Era el motor 50 rojo, en el que mi papá me llevaba a la escuela en el municipio de Ramón Santana, pues quedaba lejos del batey que vivíamos… y allí no había escuela. Cómo olvidar esa sombra que se formaba con ayuda del sol del este de las mañanas, que caía en las carreteras polvorientas, llenas de hoyos y de piedras. Mi papá –como siempre, tan protector– me decía: «Agárrate, Cancún». Era mi apodo cuando era pequeña. Me imagino, ahora, después de grande, sus ilusiones y los planes que este tenía para con su hija mayor, de la familia que había formado en el país extranjero para él, y patria para mí.
Mi mamá me contaba cómo fueron mis primeros años allí. Me contaba cómo ella amanecía conmigo en los hospitales porque, si no era una fiebre alta, era una hinchazón en todo el cuerpo… vómitos, diarreas, gripe siempre. Ella tenía –siempre– un galón de agua hervida, leche, toalla y ropa extra por si cualquier emergencia, pues paraba más en el hospital que en la casa en mis primeros meses de vida.
En una ocasión, después de llevarme de un hospital a otro, ya los doctores no encontraban donde más colocarme sueros desde la cabeza, brazos, pies y mi pequeña vulva. Un doctor le dijo a mi mami: «Señora, puede llevarse a su hija, pues lo que ella tiene no es de médicos… yo le recomiendo que busque por otra parte». Mami, desesperada con su única hija pequeña y moribunda, no sabía qué hacer: si dudar de su fe o continuar con su fe. Ella se aferró a su fe.
A mí me desahuciaban varias veces del hospital y los vecinos me velaban en las noches. En una ocasión, mi abuela Melania me llevó a su casa, por si moría, mi madre –que estaba embarazada– no se diera cuenta. En varias ocasiones morí y reviví, pareciera que la vida y la muerte peleaban por mí, pero Dios tenía un propósito para mí. El día que mi hermano Wilson nació, yo caminé. Al año y tres meses. Y, después de ese momento, no volví a enfermarme.
Nos mudamos a Las Colinas, un barrio de S.P.M.10 Aunque era avanzado, no tenía escuela. Por esta razón, perdí un año de clase.11 Después de un año, nos mudamos en un monte con cinco casas dispersas. Era un barrio nuevo. En una casita de techo de lona azul. Mi madre trabajaba en la zona franca S.P.M. y mi papá [como] chiripero,12 sereno,13 albañil. Como era la mayor, quedaba a cargo de la casa… de la limpieza y el orden en casa. Vivíamos con el portón cerrado y con candado. Solo salíamos cuando había que ir a la escuela o al colmado que quedaba como a quince minutos caminando. Me dejaron a mi hermanita de 3 meses de nacida. Yo solo tenía 9 años de [edad] y después, cuando nació mi hermano Marino
–el más pequeño–, no fue la excepción. Pues, tenía que cuidarlos y cuidarme yo. Claro, peleábamos como todos los hermanos.
Mi adolescencia fue triste. Me encontraba en una situación difícil. Mi papá ya no jugaba conmigo. Me estaba convirtiendo en una joven a la que había que corregir. Mi mamá entendía que me tenía que preparar para ser mujer y no me entendía. Yo solo quería morirme y, quizás, ellos fueran felices.
Mientras ellos se ocupaban de los más pequeños, yo era la que estaba para servir a ellos. Sentía que me trataban como una sirvienta de la casa. A veces me sentaba en un conuco del patio de mi casa y lloraba sin que nadie me consolara. Cuando estaba cansada de llorar, cerraba los ojos y me imaginaba cómo una mano grande –como de un oso [de] peluche relleno de pelpe [sic] –, me abrazaba (para mí era Dios) hasta sentir sueño. Caminaba hacia la casa para intentar dormir.
Me llamaban… siempre había algo qué hacer a alguien. Pero, ¿quién, pero quién hacía algo para mí?, ¿quién preguntaba qué es lo que yo quería que hicieran para mí? Pues para mi familia, mis necesidades estaban cubiertas: comer, dormir, estudiar… claro: jalones de oreja, correazos, galletones.14 Ya no necesitaba nada… nada más.
En el 1998, después del ciclón George –que azotó al país–, las casas quedaron destruidas en su mayoría. Por esto, [las personas] se refugiaron en la escuela de la comunidad (y la infraestructura de la escuela no era muy buena y el gobierno la reparó) perdí dos años de clases. Como mis padres no podían pagar un colegio para todos, yo quedé fuera. A los dos años –que inició el año escolar– me integré a la clase, pero mis compañeros ya me llevaban dos años escolares de ventaja. La relación con mis compañeros no volvió a ser igual.
Ya cuando estaba en el liceo Gastón Fernando Deligne, estaba al terminar el 4to de bachiller, solicité mi certificado de bachiller. Sorpresa: no aparecía ni siquiera en el listado del aula. La secretaria me preguntaba si yo conocía a los compañeros de clases y yo les iba identificando uno por uno. Después de una hora, ella me dijo: «¡Qué podemos hacer contigo!» Yo le contesté: «Entregarme mi récord de notas». Ella me contestó: «No será para hoy, vuelve en dos semanas para buscarlo». Después de dos semanas volví y ella me dijo: «¿Qué te digo?, no aparece». Me fui a pasillar15 y encontré a mi maestra, y le conté… y ella se quedó sorprendida. Y después de hablar con la secretaria, me dijo: «Vuelve la próxima semana».
Después, cuando llegué, me dijo la secretaria: «Tenemos que hacerte un archivo. Tráeme todos tus documentos… como si fueras a inscribirte de nuevo». Así lo hice y, cuando regresé, me dijeron que aparecía en el listado de «Prepara» (es un programa de educación para adultos) y yo estaba en la mañana, en el liceo… nada tenía que ver conmigo. En mi récord de notas colocaron las notas que ellos querían, pues había sido exonerada varias veces en biología, química y matemática durante mis dos años de bachillerato… ya que fui una de las beneficiadas por un programa especial de bachillerato que duraba dos años y tomábamos clases en el liceo hasta los sábados y algunos domingos.
Después que me hacen la entrega de este récord, tenía que solicitar mi certificado de bachiller. «Al fin estoy terminando mi calvario», pensé. Cuando voy al Distrito Educativo 05 que me correspondía–, hice mi solicitud sin ningún inconveniente. A los quince días tenía que regresar. Cuando llegué al Distrito, me dijo la secretaria: «Se perdió todo, no lo encontramos. Regresa en quince días para darte respuestas». Después de ir [durante] dos meses, es que me dicen que tengo que armar todo el expediente de nuevo. Solo dije: «¿En serio?». Como no estaba laborando, tuve que ir a pie, tomando unas dos horas o más de camino a pie. En una ocasión fui con mi madre y ella [la secretaria] se negó en las oficinas. Y el subdirector del Distrito (Gustavo) dijo: «Yo solucionaré este inconveniente, vengan en quince días». Cuando fui, al fin me entregaron el certificado… sí, pero con el apellido de papá y mi nombre, en vez Rosanny Romilis, mal escrito: Rosannys Romilus.
Después de varias semanas, al fin lo corrigieron y pude ingresar a la universidad UNEV.16 Después de tres cuatrimestres en la carrera de Psicología, la retiré por asuntos económicos. Cuando quería ingresar [de nuevo] en la universidad, puesto que estaba trabajando, solicité mi certificado de nacimiento y no me lo entregaron por la resolución 12 emitida por la JCE, que decía no le emitían acta de nacimiento a hijos de inmigrantes (haitianos). Claro, sentí que sería el día más feliz de mi vida y, de repente, me di un golpetazo con una pared de cristal que no permitía pasar a buscar lo que para mí representaba el presente y el futuro en mi vida.
Después de llorar y deprimirme, me casé. Tuve un hijo, al cual no podía declarar por la R12 JCE [sic] en el 2009, y en el 2014 lo declaré, al fin. Así me integré al Movimiento Reconoci. do, del cual hoy soy la secretaria nacional. Estoy estudiando en la universidad el sexto semestre de Psicología Escolar en la (UASD) de S.P.M. Con mis hijos Rigo Antonio Romilis de 7 años y Corianny Romilis de 2 años, ahora sí: a cumplir los sueños de mi padre y los míos.
Aún continúo en la vida, llenando mi maleta.